¿Qué es la meritocracia al emprender y cómo nos afecta? Vamos a verlo con casos de estudio y ejemplos reales que nos arrojarán claves muy interesantes. Y así podréis aprovechar dichas claves para vuestros proyectos. ¿Os parece? ¡Pues vamos allá!
Como siempre, os guiaré por diversos bloques, destacando las claves para conocer y aplicar las buenas prácticas de empresarios exitosos al lanzamiento de vuestros proyectos.
Índice
Introducción: ¿Qué es la meritocracia?
La meritocracia es la idea según la cual el éxito depende exclusivamente del esfuerzo, el talento y la perseverancia individual. Es el relato que sostiene frases como “si quieres, puedes” o “lo que tengo es porque me lo he ganado”, y se ha convertido en la gasolina ideológica del emprendimiento moderno. En el mundo de los negocios y la innovación, la meritocracia funciona como promesa y advertencia al mismo tiempo: si trabajas duro, triunfarás; si fracasas, es porque no hiciste lo suficiente.
Sin embargo, aplicar la meritocracia al emprender sin matices es peligroso y profundamente injusto. El ecosistema emprendedor está lleno de historias reales que desmienten el mito del mérito como único factor del éxito. Basta con observar el fenómeno de plataformas como Kickstarter, donde conviven campañas brillantes que nunca despegaron y proyectos mediocres que alcanzaron cifras millonarias. Si la meritocracia fuera una ley universal, esos resultados serían muy diferentes.
Al final, la meritocracia funciona más como aspiración cultural que como descripción fiel de la realidad. La pregunta no debería ser si el esfuerzo importa —porque sí importa—, sino si el esfuerzo es suficiente. El emprendimiento demuestra que no. Y este artículo profundiza precisamente en esa grieta entre el discurso y los hechos.
Clave 1: La meritocracia no es lo que piensas
La meritocracia vende una narrativa poderosa porque apela al orgullo personal. Nos hace creer que cada triunfo es una medalla que nos pertenece y que cada fracaso es una responsabilidad individual. En el emprendimiento, esto se traduce en una cultura que glorifica la figura del “self–made”, del héroe empresarial que se levanta desde la nada. Pero cuando observamos casos reales, el mito se tambalea.
Pensemos en The Veronica Mars Movie Project, una campaña de Kickstarter que consiguió más de 5,7 millones de dólares gracias a la fama previa de la serie de televisión y su protagonista. ¿Hubo esfuerzo? Sí. ¿Hubo talento? También. ¿Hubo mérito individual comparable al de un emprendedor sin comunidad previa? Sería difícil sostener esta afirmación. Porque es falsa.
La meritocracia falla al presentar el punto de partida como irrelevante. No es lo mismo emprender con una base de fans, contactos, dinero familiar o estudios en universidades de prestigio que hacerlo desde la precariedad. Kickstarter expone esta realidad con crudeza: Proyectos extraordinarios pasan desapercibidos porque nadie los ve, mientras otros despegan porque nacen con un altavoz incorporado.
La campaña Fidget Cube, por ejemplo, superó los 6 millones de dólares en financiación no solo por su idea, sino porque tuvo acceso inmediato a los medios, influencers y comunidades online que le dieron visibilidad mundial.
Otro aspecto que desmonta la visión meritocrática es la influencia del momento histórico, el famoso time to market. El lápiz 3D 3Doodler triunfó porque apareció justo cuando el hype por la impresión 3D estaba en su punto más alto. Si el mismo producto hubiera salido tres años antes, quizá nadie habría escuchado su propuesta. ¿Podemos llamar mérito individual a coincidir con la ola correcta?
Conclusión
La meritocracia también ignora el componente emocional de la audiencia. La música de Amanda Palmer, que recaudó más de un millón de dólares en Kickstarter, no fue financiada por la calidad técnica de su proyecto, sino por la conexión emocional con su comunidad. Su caso es oro para reflexionar sobre este tema: el mérito no es solo esfuerzo, también es afecto social, reputación y narrativa.
En resumen, la meritocracia simplifica un fenómeno complejo al nivel de un eslogan motivacional. Y cuando los emprendedores creen ese eslogan al pie de la letra, se exponen a golpes innecesarios.
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Clave 2: Efectos negativos de la meritocracia
El discurso meritocrático produce efectos psicológicos peligrosos en quienes emprenden. La idea de que el éxito depende solo de uno mismo convierte cada tropiezo en una autocrucifixión. No has lanzado tu producto a tiempo: culpa tuya. No conseguiste inversores: culpa tuya. Tu campaña de crowdfunding no llegó al 30% en tres días: culpa tuya.
Así, lo que podría ser una experiencia de aprendizaje se convierte en una herida profunda a la autoestima. Muchos emprendedores arrastran culpas que no les corresponden, porque nadie les dijo la verdad: a veces haces todo bien… y simplemente no funciona.
La meritocracia también legitima desigualdades. El relato del mérito permite que quienes ya tenían ventajas expliquen su éxito como resultado exclusivo de su talento. El mensaje implícito es devastador: si yo lo conseguí, tú también puedes; si tú no puedes, es porque no vales. Esa lógica invisibiliza las barreras reales del ecosistema: acceso al capital, redes de contacto, educación, estabilidad emocional, salud mental o clase social.
El caso del dron Zano, que recaudó más de 3 millones y terminó en desastre, evidencia que incluso proyectos con recursos pueden fracasar. Pero la cultura meritocrática prefiere culpar al emprendedor humilde que no llega a la meta, antes que cuestionar al exitoso que se estrella incluso con ventaja.
En lo social, la meritocracia alimenta el individualismo extremo. El éxito se convierte en una carrera solitaria, y el fracaso en motivo de vergüenza. Se promueve la idea de que pedir ayuda es señal de debilidad, cuando en realidad ninguna empresa, campaña o proyecto se construye en soledad. Kickstarter lo demuestra en positivo: sin comunidad, no hay crowdfunding. Pero el discurso dominante sigue empujando al emprendedor a creer que debe poder con todo.
En lo familiar y emocional, la meritocracia también pasa factura. Cuando el éxito se concibe como obligación moral, la persona emprendedora sacrifica tiempo, relaciones, descanso y afectos con el argumento de que “ya llegará la recompensa si sigo esforzándome”. Detrás de muchas historias de éxito hay matrimonios rotos, amistades perdidas e incluso problemas de ansiedad o depresión. Pero la cultura emprendedora solo celebra la foto final, nunca el costo humano.
Conclusión
Incluso a nivel cultural, la meritocracia genera una narrativa que glorifica a unos pocos y desprecia a las mayorías. Los titulares celebran los millones recaudados por Mistbox, pero nadie habla de los miles de proyectos que murieron sin tener nunca una oportunidad justa. El mensaje que queda flotando en el aire es perverso: “si no triunfas, no es por el sistema, es por ti”. Y ahí es donde la meritocracia se vuelve herramienta de culpa, no de libertad.
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Clave 3: Cómo aprovechar en positivo la meritocracia
Cuestionar la meritocracia no significa rechazar el esfuerzo o el talento. Significa ponerlos en su lugar. La clave para aprovechar lo positivo de la meritocracia es entender el mérito como una pieza más del puzle, no como el puzle entero. Emprender con esa conciencia permite celebrar los avances sin caer en la soberbia cuando las cosas salen bien, ni en la culpa absoluta cuando salen mal. El mérito importa, pero no lo explica todo.
El caso de el ordenador Kano, una campaña que superó el millón de dólares, es un buen ejemplo de meritocracia bien entendida. Su equipo trabajó con esfuerzo y claridad, sí, pero también supo escuchar a su comunidad, aprovechar el contexto educativo del momento y apoyarse en alianzas estratégicas. No romantizaron el “yo contra el mundo”, sino que construyeron sobre una red. El mérito, aquí, fue colectivo.
Abrazar una visión más amplia del éxito permite que el emprendedor busque los otros ingredientes del crecimiento: buenos mentores, una comunidad real, un equipo equilibrado, apoyo emocional, tiempo para pensar y un ecosistema que no lo devore. La meritocracia, usada con madurez, puede inspirar disciplina sin imponer culpa.
Además, comprender la dimensión social del emprendimiento permite construir proyectos más humanos. Si dejamos de creer que el éxito es puramente individual, podemos diseñar negocios que tengan impacto positivo en el entorno y no solo en nuestro ego. Las mejores campañas de crowdfunding no son las que venden un producto espectacular, sino las que construyen un relato compartido donde otros quieren participar.
Conclusión
El esfuerzo, bien canalizado, sigue siendo combustible. Pero debe ir acompañado de una ética del cuidado: cuidar al equipo, cuidar la salud mental, cuidar los vínculos, cuidar el propósito. Y sobre todo, cuidar la verdad. La meritocracia deja de ser tóxica cuando deja de ser mito y se convierte en herramienta contextualizada, relativa, imperfecta, humana.
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Conclusión: La meritocracia no explica toda la realidad
La meritocracia al emprender es un relato seductor, pero incompleto. El esfuerzo importa, pero no es garantía. El talento suma, pero no basta. El éxito existe, pero nunca es solo mérito propio. Cuando entendemos esto, dejamos de juzgar a quienes fracasan y de idealizar a quienes triunfan. El emprendimiento se vuelve un viaje más honesto, más consciente y más humano.
Aceptar que la suerte, los contactos, los recursos iniciales y el contexto influyen no nos hace más débiles. Nos hace más libres. Porque nos permite construir desde la realidad, no desde la fantasía. Y quizá ese sea el primer paso para emprender con los pies en la tierra y el corazón en paz.
Recordemos
- La meritocracia existe, pero no es lo que todos pensamos.
- Creer en la meritocracia puede hacerte pensar que el problema eres tú.
- El mensaje de la meritocracia tiene aspectos positivos a aprovechar.
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Enlaces adicionales de interés
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